Lo vi por primera
vez mientras caminaba a las afueras del pueblo. Estaba cuidando de su rebaño de
ovejas, aunque en realidad solo eran cuatro ovejas. Me acerqué para verle
mejor. Era un joven con pelo castaño y ojos verdes oscuros. Era demasiado
delgado para su edad, yo creo que tenía unos 16 años. Estaba sucio y sus ropas
no eran más que trapos harapientos, pero en su cara había una sonrisa de oreja
a oreja como si nada en el mundo importase.
Las manos las tenía muy dañadas de tanto trabajar; tenía heridas y
ampollas por toda la mano y sus pies descalzos estaban igual de destrozados.
En ese momento, su
madre salió y dijo:
-Martín, mete a las ovejas- y después volvió a entrar.
Al mismo tiempo
que metía las ovejas, la cara de Martín se fue oscureciendo.
Más tarde, en el
pueblo, me enteré de que Martín había perdido a su padre, que su hermana estaba
enferma y que no tenían suficiente dinero para comprar los medicamentos.
Pasó mucho tiempo
hasta que conseguí que Martín me hablara de su vida ya que cuando no estaba
cuidando de la granja o de su hermana, se bajaba a la playa o escalaba árboles
y por las noches se iba a explorar el bosque de atrás de su casa.
Con el tiempo nos
hicimos amigos y le conocí mejor. Era tan impulsivo e imprudente que muchas
veces se metía en líos solo por apuestas, por estar enfadado o simplemente por
diversión. Aun así era muy respetuoso con los mayores y siempre le preocupaba
su hermana cuando salíamos. Además, muchas veces, le tocaba proteger a algún animal de niños
que le lanzaban piedras o daba un trozo
de pan a un mendigo. Para mí era la persona más
honesta que he conocido en mi vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario